HORA
LIBRE
Álvaro Belin Andrade
Pepe
Yunes sacará chispas
Quienes buscan el pendón rumbo a la
gubernatura de dos años una vez que concluya la gestión duartista parecen estar
bien definidos, al menos del lado del PRI, aunque es cierto que no será sino
hasta finales de este año o en los primeros dos meses del próximo cuando se
sepa quién gana la rifa del tigre.
Mientras los gallos
fidelistas (Lagos-Carvallo-Silva) esperan con ansias que se les abra el
escaparate del Palacio Legislativo de San Lázaro para mostrarse y balconearse,
y Gerardo Buganza recrea el mito de su poderío, labrando su candidatura
‘independiente’, los senadores Héctor y José Francisco Yunes consolidan
posiciones en todo el estado.
Es cierto que
mantienen inalterable su alianza y saben que deben combatir las maniobras que
el grupo fidelista intentará para evitar que un Yunes (cualquiera: priista o
blanquiazul, choleño o peroteño) gobierne la entidad. Pero hay que reconocer
que son diferentes, que no fueron hechos con las mismas herramientas y
materiales.
Héctor parece
desesperado. Detrás de su sonrisa y su confianza de que las encuestas lo tienen
en la parte más alta, se esconde la inquietud de no ser el elegido, no por
Javier Duarte, que poco hará para que lo sea (aunque le ha apoyado con la
infraestructura y logística del gobierno) sino por el presidente Enrique Peña
Nieto.
Hay en su composición
política un elemento que puede ser afortunado o fatal: su cercanía con Manlio
Fabio Beltrones, quien difícilmente conseguirá la dirigencia nacional del PRI
porque no es la figura que Peña quiere para la sucesión presidencial de 2018.
Para sustituir a César
Camacho, la apuesta peñista es el treintañero Aurelio Nuño Mayer, el poderoso
jefe de la Oficina de la Presidencia, y este miércoles podría salir la
convocatoria para elegir al nuevo dirigente nacional y ponerse en juego la
apuesta mexiquense.
Héctor Yunes se jacta
de su cercanía con el político sonorense, quien no solo busca la presidencia
del PRI sino catapultarse para ser sucesor de Peña en 2018.
José Francisco Yunes
Zorrilla, por su parte, es cercano al más cercano a Peña, Luis Videgaray,
secretario de Hacienda y Crédito Público, quien podría ser la apuesta del
Presidente de la República para sucederle.
También tiene datos al
parecer irrefutables de que puntea las preferencias entre los posibles del PRI,
pero no está desesperado. Sabe que la decisión se encuentra en Los Pinos y
puede que las cosas sean fortalecer lo más pronto posible un estado como
Veracruz, tan importante en términos electorales, y por ello puede ser
impulsado para la minigubernatura.
O dejar pasar a Héctor
para apuntalarlo a él rumbo a la gubernatura de 6 años en concordancia con los
comicios federales de 2018, cuando es posible que vaya como abanderado priista
su amigo Luis Videgaray.
De la charla que
sostuvo el senador José Yunes con varios columnistas, además de su disposición
al diálogo pude observar contundencia en sus convicciones.
Sabe que Héctor puede
ser el elegido, que en su favor puede ir toda la maquinaria gubernamental
duartista y, por ello, tenga una posición de privilegio para la postulación; si
eso sucede, no se opondrá y lo apoyará a todo lo que da.
Pero dijo algo que lo
dibuja a plenitud (un trazo que en los meses recientes se había mantenido
oculto por lo tenue): si la nominación no recae en él porque se hayan metido
las manos negras del fidelismo, porque se haya hecho una campaña negra para
anularlo o vetarlo, entonces todos conoceremos a un Pepe Yunes diferente. Y
sacará chispas.
Tanto Aurelio Nuño en
el PRI nacional y la hipotética asunción de Luis Videgaray a la candidatura
presidencial como la incorporación (en 2016 o 2018) del senador Pepe Yunes como
candidato gubernamental, son señales de que el PRI buscará convencer al mayor
contingente de votantes en dos años.
En 2018 votarán por
primera vez 14 millones de jóvenes que habrán cumplido su mayoría de edad; si a
ellos agregamos, como escribe Ciro Gómez Leyva en El Universal, los 28 millones
que entonces tendrán menos de 27 años o los 39 millones que serán menores de
32, ya imaginaremos quiénes pueden llegar con un lenguaje y un discursos
convincente para esa jornada importante en el escenario político del país.
Ya
seguiremos con esta línea de reflexión.
¿Cómo
saldrá Duarte del bache?
Algo debe hacer, y pronto, Javier Duarte
de Ochoa para recuperarse de uno de los más profundos baches en que ha caído su
figura política, su investidura como gobernador y, si lo tiene, su proyecto
político.
El asesinato del
fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril y la activista política Nadia Vera Pérez
en el Distrito Federal ha tomado un giro extraordinario: nunca como en esta
ocasión, la atención y el repudio de medios de comunicación, partidos políticos
y organizaciones sociales del país y el extranjero e, incluso, gobiernos y organismos
multilaterales como la ONU, habían llamado tanto la atención sobre la aparente
responsabilidad del gobierno veracruzano en los hechos, sea por comisión o por
omisión.
Que no haya sido en
Veracruz sino en el DF, lejos de restarle responsabilidad, le ha dado una
enorme notoriedad, exposición mediática y el repudio generalizado, incluso de
periodistas tradicionalmente alineados como Guadalupe Loaeza (asalariada varios
años de su gobierno a través de la televisión pública) que han terminado por
expresar su estupefacción ante un escenario de tanta violencia (multihomicidio,
feminicidios, atentado a la libertad de expresión) como en el que perdió la
vida Rubén Espinosa.
Y es que no solo ha
sido ese dantesco episodio el que ha puesto a Javier Duarte y, más
recientemente a su secretario de Seguridad Pública Arturo Bermúdez, en el ojo
del huracán. Lo que pasa es que es el periodista número 15 durante su gestión…
y contando.
Si su gobierno, pese a
ello, hubiera mostrado:
1) Voluntad política
para investigar a fondo los casos y hubiera dado con los responsables, evitando
con ello la impunidad que es estímulo para repetir los reporticidios (si se me
permite la expresión), y
2) Acompañamiento y
protección para los periodistas más vulnerables y en riesgo…
…la opinión pública no
sería tan pródiga en acusaciones y sospechas.
Hay gobernadores que
salen pronto de este tipo de crisis políticas, que afrontan las circunstancias
negativas que los encierran y los ponen a la defensiva mediante actos de
avanzada voluntad en que ponen en juego a toda la estructura gubernamental para
afrontar el problema que más lacera a la población.
Ciertamente, esos
personajes tienen como respaldo argumentos sólidos en materia de conducción
política, un importante repertorio de obras públicas que han servido de resorte
para impulsar el crecimiento económico de su entidad, programas sociales que han
permitido contener la pobreza e, incluso, disminuir el porcentaje de la
población que se cuantifica debajo de la línea de flotación, recursos para
atender los rezagos y para implantar programas de vanguardia en materia de
desarrollo.
Nada de eso puede invocar Javier
Duarte.
La deuda pública no
solo no ha disminuido sino que se ha convertido en un cáncer durante su
gobierno.
Ello ha llevado a la
quiebra de buena parte de las empresas veracruzanas, lo que ha provocado la
pérdida de miles de empleos y el hundimiento de pequeños negocios.
La ausencia de
programas de apoyo al campo ha hecho que el antiguo granero veracruzano se
convierta en un erial y que los campesinos destinen su actividad a una
agricultura de subsistencia, que abandonen los cultivos para salir a la
búsqueda de empleos fuera de la entidad y, en muchos casos, ofreciendo sus
parcelas a arrendatarios.
La pobreza y la
pobreza extrema han experimentado en los últimos dos años un crecimiento
inusitado, aunque explicable, incorporando a medio millón de veracruzanos a esa
porción que ya representa más de la mitad de la población que sobrevive con
menos de los ingresos mínimos para no morir de hambre.
Antes de salir al
escenario público, Javier Duarte debe sentarse con sus expertos (si los tiene)
para definir un nuevo rumbo que norme los últimos meses de su gobierno. Dejar
que la crisis pase sola puede ser fatal.