Sin
tacto
Por
Sergio González Levet
El
gurú y el gobernador
Muchos pueden presumir en su vida de que
conocen a una persona sabia, y algunos llegan a tener la dicha de gozar de su
consejo, su poderoso intelecto y su conocimiento. Sus palabras son guía, estímulo,
impulso; orillan a la corrección, a la sapiencia, a la alegría de saber.
Yo puedo decir que me encuentro en esa
tesitura.
Tengo un gurú al que le puedo preguntar casi
todo lo que se me ocurra, y sabré que tendré una respuesta a modo, brillante, inspiradora.
Obvio, no les voy a dar más datos de él,
porque tampoco se trata de que mi gurú termine siendo el de muchos… si de por
sí ya anda muy ocupado con mis ocurrencias y mis preguntitas (como él les
dice).
A cambio de reservarme su nombre y sus datos
personales, cuando se presente la ocasión iré desgranando algunas de sus
profundas sabidurías, muchas de sus recomendaciones y hasta ciertas gracejadas,
porque mi gurú tiene un humor finísimo e inteligente.
Y la ocasión se presenta porque apenas hace
un rato me eché una buena platicada con él, y en medio de la charla aparecieron
como tema los requisitos que debía cumplir quien quiera ser un buen gobernante
de su estado (para los suspicaces, me habló de manera general, sin
particularizar en algún gobernador pasado o futuro, cercano o lejano, así que
no traten de encontrar semejanzas y diferencias en donde no las hay, al menos
de manera voluntaria).
El Gurú conoce con toda seguridad los
trabajos de Ferdinand de Saussure, el gramático suizo que creó la ciencia del
lenguaje, porque empezó a manejarme una lista de particularidades que contenía
dos elementos antagónicos (muy similares a las famosas dicotomías en las que
basó su principio científico don Ferdinand). Sin más, repito la lista de
condicionantes que me dio nuestro protagonista:
Un buen gobernador actúa; un mal gobernador
duda.
Un buen gobernador administra; un mal
gobernador hace grilla.
Un buen gobernador resguarda el fondo; un mal
gobernador se recarga en las formas.
Un buen gobernador nombra a los mejores en su
gabinete; un mal gobernador se rodea de sus cuates, aunque no llenen el perfil.
Un buen gobernador siempre está en su oficina
trabajando; un mal gobernador anda constantemente en la calle.
Un buen gobernador dice la verdad; un mal
gobernador miente.
Un buen gobernador madruga; un mal gobernador
se duerme en sus laureles.
Un buen gobernador se informa; un mal
gobernador no sabe nunca lo que pasa.
Un buen gobernador es culto; un mal
gobernador no lee libros.
Un buen gobernador descansa cuando es necesario;
un mal gobernador nunca deja de trabajar, aunque no haga nada.
Un buen gobernador no permite el nepotismo;
un mal gobernador tiene una gran familia.
Un buen gobernador acepta la crítica; un mal
gobernador ataca a quienes le critican.
Un buen gobernador es cercano a la gente; un
mal gobernador es populista.
Un buen gobernador escucha; un mal gobernador
grita.
Un buen gobernador cumple; un mal gobernador
promete.
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